He escuchado muchas conversaciones sobre la oración. Conversaciones desde catolicos, ateos, otras nominaciones religiosas, etc. Pero quiero aquí centrarme en la católica, que es la mia. Orar. Diálogo íntimo con Dios. Diálogo con los que El ama. Diálogo con su Hijo Jesus, con su Madre Maria, con los santos. El catolico toma muy en serio cuando ora. Y más aún cuando ora en su intimidad, con sus problemas, sus dolencias, sus inquietudes...Ora ante una cruz, el santísimo, una imagen....Ora mezclando a Dios, Jesus, Maria, Espiritu Santo...Ora hasta regañando a su hijo. Su oración se convierte en un grito a Dios: El lo escucha, es su Padre. O un silencio suspiro que se queda en el pecho. Es una oración sencilla y transparente, de corazón a Corazón . Es la oración de la vida, del aliento, de la esperanza. Es la oración del pobre, del pequeño, del hijo. Es la oración del grande, de Dios, del único que nos mira a profundidad y nos toma en serio.
El catolico es consciente de que el que ora sabe a quien ora, a quien dirije sus pensamientos y sus palabras. Es alguien de confianza. Es alguien cercano, sin pre-juicios, sin imposiciones. Es presencia transformadora. Y esa transformación se manifiesta produciendo frutos, lo que llamamos virtudes. Estas virtudes pueden ser teologales (fe, esperanza, caridad). Pueden ser morales (humildad, fortaleza, tolerancia, fraternidad, desprendimiento, etc.). Pueden ser sociales (solidaridad, la justicia, la paz).
El que ora, el que dice que ora de verdad, debe saber que toda oración requiere de las virtudes. No meras y lindas palabras. No basta con durar horas orando y luego días y meses, y hasta años, odiando, siendo injusto, y destruyendo el amor de Dios. Y debe saber, si no lo sabe, que el ejercicio de las virtudes sin ejercicio de la oración es un castillo en arena. Las virtudes son base de la oración y el fruto de la oración son las virtudes.
En la oración Dios va "haciendo" a la persona, la va fortaleciendo y puliendo, la va enriqueciendo, va dejando su huella. Se convierte en un "signo" de Dios, en sal y luz del mundo. Santa Teresa de Jesus hablando de la oración la compara con un "huerto": limpiarlo, sembrarlo, regarlo y luego cosecharlo. Este huerto es el alma, la persona en su totalidad, el cual requiere limpieza constante, sembrar en el semillas positivas y cosecharlas. Estas cosechas son nuestras ofrendas al que nos la vida, a Dios. Unas ofrendas que pasan por los hermanos. No nos engañemos: toda oración incluye al hermano. No podemos decir - nos dice Jesus- que amamos a Dios si aborrecemos al hermano. Este "aborrecemos" es sinónimo de desprecio, de no atención al necesitado, de no ser justo, de indiferencia ante los problemas sociales, politicos y religiosos. El hermano siempre será el cedazo de Dios.
Concluyo con lo que dice Teresa: "Con la ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas, y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor, para dar recreación a este Señor nuestro y asi se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y holgarse entre estas virtudes" (Vida 11,8).
El catolico es consciente de que el que ora sabe a quien ora, a quien dirije sus pensamientos y sus palabras. Es alguien de confianza. Es alguien cercano, sin pre-juicios, sin imposiciones. Es presencia transformadora. Y esa transformación se manifiesta produciendo frutos, lo que llamamos virtudes. Estas virtudes pueden ser teologales (fe, esperanza, caridad). Pueden ser morales (humildad, fortaleza, tolerancia, fraternidad, desprendimiento, etc.). Pueden ser sociales (solidaridad, la justicia, la paz).
El que ora, el que dice que ora de verdad, debe saber que toda oración requiere de las virtudes. No meras y lindas palabras. No basta con durar horas orando y luego días y meses, y hasta años, odiando, siendo injusto, y destruyendo el amor de Dios. Y debe saber, si no lo sabe, que el ejercicio de las virtudes sin ejercicio de la oración es un castillo en arena. Las virtudes son base de la oración y el fruto de la oración son las virtudes.
En la oración Dios va "haciendo" a la persona, la va fortaleciendo y puliendo, la va enriqueciendo, va dejando su huella. Se convierte en un "signo" de Dios, en sal y luz del mundo. Santa Teresa de Jesus hablando de la oración la compara con un "huerto": limpiarlo, sembrarlo, regarlo y luego cosecharlo. Este huerto es el alma, la persona en su totalidad, el cual requiere limpieza constante, sembrar en el semillas positivas y cosecharlas. Estas cosechas son nuestras ofrendas al que nos la vida, a Dios. Unas ofrendas que pasan por los hermanos. No nos engañemos: toda oración incluye al hermano. No podemos decir - nos dice Jesus- que amamos a Dios si aborrecemos al hermano. Este "aborrecemos" es sinónimo de desprecio, de no atención al necesitado, de no ser justo, de indiferencia ante los problemas sociales, politicos y religiosos. El hermano siempre será el cedazo de Dios.
Concluyo con lo que dice Teresa: "Con la ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas, y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor, para dar recreación a este Señor nuestro y asi se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y holgarse entre estas virtudes" (Vida 11,8).
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