Me fascina el Beisbol. Es un deporte de mucha pasión. Se sufre perder. Se goza ganar. Todo fanático quiere ver ganar su equipo. Una derrota se convierte en mi derrota. Y viceversa, una victoria es mi victoria. Mi persona se involucra a tal magnitud que pareciera que el Beisbol soy yo, y yo soy el Beisbol. Mi identidad se identifica con el Beisbol. LLoro, rio, me enfado, discuto, gozo...por el Beisbol. Me pregunto: ¿Es el Beisbol mi vida? ¿Es todo? ¿Es mi identidad? Y así cualquier deporte, trabajo, religión, partido político, etc.
En el matrimonio hay un juego. Un juego entre dos. Una pareja juega a ser feliz. A vivir con dignidad en lo cotidiano, en el quehacer de cada día, en las victorias y las derrotas. Aquí también se rie y se llora. Se discute y se apaciguan las ideas y las palabras. El yo de cada uno se entremezcla en definir y desarrollar su propia identidad. Y erroneamente se recurre en querer imponer una identidad. Y por muy madura, pulida, sana e inteligente que una identidad sea no es lo correcto imponerla. Mi equipo no necesariamente es tu equipo. Tampoco mis ideas, mis sentimientos, mi personalidad, mi identidad.
Imponer no es de persona madura. Todo ser necesita tiempo, educación y acompañamiento. Y en el matrimonio aún más. No son dos seres perfectos. No son dos seres inmutables. Son seres humanos con sus cualidades y sus defectos. Ambos necesitan aprender a vivir juntos. Al mismo tiempo tienen que aprender a saborear sus derrotas, sus fracasos. Como dijo el general Patton: "reirse en medio de la derrota".
Una derrota no es el fin del mundo. Tampoco debe serlo para un matrimonio que se ama. Puede ser demoledora para cualquiera. Pero no debe ser una cadena de todos los dias. No hay que vivir amargados desde el amanecer hasta el anochecer. Tampoco es motivo para sumergirse en una ira sorda y necia. Pero tampoco estar rondeando como un león rugiente buscando devorar su víctima, su compañero/a con preguntas impertinentes e innecesarias. No es refugiandose en sí mismos es que se va a solucionar la derrota. No en vicios. No en salirse de la casa. No escondiéndose en el deportes, trabajo, religión... No es pateando al perro, al gato, a la suegra... Es dialogando con sinceridad. Es verse a los ojos. Es ir con la verdad en los labios. Una derrota, en cualquier ámbito, no es sinónimo de vivir deprimido. NO es convertir nuestra vida y matrimonio en insoportables. Hay que asumir la vida y el matrimonio con sus retos y poner pasión a vencer sus desafíos. Mi pasión por el deporte es una mínima parte de lo que debe ser mi gran pasión por amar y ser feliz con mi pareja. Mi identidad con mi pareja debe formar un TODO bajo la mirada sonriente de Dios. Será una gran victoria. Vale la pena caminar y llegar juntos.
En el matrimonio hay un juego. Un juego entre dos. Una pareja juega a ser feliz. A vivir con dignidad en lo cotidiano, en el quehacer de cada día, en las victorias y las derrotas. Aquí también se rie y se llora. Se discute y se apaciguan las ideas y las palabras. El yo de cada uno se entremezcla en definir y desarrollar su propia identidad. Y erroneamente se recurre en querer imponer una identidad. Y por muy madura, pulida, sana e inteligente que una identidad sea no es lo correcto imponerla. Mi equipo no necesariamente es tu equipo. Tampoco mis ideas, mis sentimientos, mi personalidad, mi identidad.
Imponer no es de persona madura. Todo ser necesita tiempo, educación y acompañamiento. Y en el matrimonio aún más. No son dos seres perfectos. No son dos seres inmutables. Son seres humanos con sus cualidades y sus defectos. Ambos necesitan aprender a vivir juntos. Al mismo tiempo tienen que aprender a saborear sus derrotas, sus fracasos. Como dijo el general Patton: "reirse en medio de la derrota".
Una derrota no es el fin del mundo. Tampoco debe serlo para un matrimonio que se ama. Puede ser demoledora para cualquiera. Pero no debe ser una cadena de todos los dias. No hay que vivir amargados desde el amanecer hasta el anochecer. Tampoco es motivo para sumergirse en una ira sorda y necia. Pero tampoco estar rondeando como un león rugiente buscando devorar su víctima, su compañero/a con preguntas impertinentes e innecesarias. No es refugiandose en sí mismos es que se va a solucionar la derrota. No en vicios. No en salirse de la casa. No escondiéndose en el deportes, trabajo, religión... No es pateando al perro, al gato, a la suegra... Es dialogando con sinceridad. Es verse a los ojos. Es ir con la verdad en los labios. Una derrota, en cualquier ámbito, no es sinónimo de vivir deprimido. NO es convertir nuestra vida y matrimonio en insoportables. Hay que asumir la vida y el matrimonio con sus retos y poner pasión a vencer sus desafíos. Mi pasión por el deporte es una mínima parte de lo que debe ser mi gran pasión por amar y ser feliz con mi pareja. Mi identidad con mi pareja debe formar un TODO bajo la mirada sonriente de Dios. Será una gran victoria. Vale la pena caminar y llegar juntos.
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