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Los Evangelios

Lo que no son:   -no son libros teóricos ni hipotéticos.
                           -no son libros científicos ni históricos en el sentido moderno.
                           -no son libros de literaturas ni de romances.
                           -no son una crónica, ni una fotografía de la realidad
                
Que son:          -libros sencillos cargados de preguntas y de vacíos
                        -libros con posturas e ideas diferentes
                        -libros narran la vida de Jesús, su predicación, sus milagros, su actuar.

Podemos afirmar que los evangelios no pertenecen ni intentan pertenecer al género  de las "biografías", es decir, no son obras históricas en el sentido moderno en que se entiende por historia. Ellos no se plantean el problema si las informaciones o noticias que transmiten sean exactas en lo más mínimo de los pormenores. El interés de ellos es transmitir una doctrina, un mensaje.
Ciertamente los evangelios no hacen una exposición organizada de los hechos, buscando causa y efecto, la conexión interna con lo más  cercano y lejano de la historia general. Ellos poseen muchos elementos biográficos, detalles y particularidades, pero no describen toda la vida externa de Jesús. Ellos no se proponen de "hacer una historia" como hoy la entendemos, ni contentar la curiosidad de los lectores. Ellos tienen un sólo  objetivo: anunciar a Jesús como Salvador y al mismo tiempo, confirmar, profundizar y difundir la fe en El.
Otra característica de los evangelios es la extrema, desconcertante impresión con la cual se relatan datos cronológicos y topográficos. Esto significa que la "línea " sucesiva de los fragmentos no corresponden siempre a la cadena real de los hechos. Así por ejemplo, la curación del leproso (1, 40-45) es colocada por Marcos al inicio de la vida pública  de Jesús, sin embargo en Mateo (8,1-4) es colocada después del Discurso de la montaña. Lo mismo se verifica en la predicación de Jesús en Nazareth. Esta viene situada después del capítulo  de las parábolas en Mateo (13,53-58), pero en Lucas (4,16-30) viene situada al principio de su evangelio.
También las indicaciones de sutura entre un hecho y otro son muy imprecisa. Así vemos expresiones tales como: "en aquel tiempo", "luego". "después", "en aquellos días", "entonces" "después de estas cosas". etc.
De igual imprecisión son los "lugares" en el cual Jesús se mueve. El, con frecuencia, se encuentra en una casa (Mt 9,10;13,1,13,36), en un monte (Mt 5,1;14,23;Mc 6,46), o en un lugar solitario (Mt 4,1;1413;Mc 1,35;6.32), pero nunca sabemos ni en que casa, sobre cual monte ni en que lugar solitario.
Y es extremadamente engañoso pensar que los evangelios fueron escritos de un sólo  "tirón", en un escritorio, en una mesa moderna, en un tiempo más  o menos corto. Ellos representan al contrario la "última " etapa o fase de un tormentoso proceso histórico-religioso, cuyo desarrollo no es, al menos en detalle, siempre descifrable.
Al inicio de este movimiento/proceso está  la palabra de Jesús. Una palabra tierna, penetrante, que los discípulos y el público  escuchan libremente, pero que ninguno sueña  o imagina, ni remotamente, de poseerla, adherirla ni de transcribir sobre cualquier pergamino o tabla en esa ocasión. De este modo, podemos decir, que el mensaje evangélico queda así confinado al "recuerdo", a la "memoria".
En práctica , se trata de un recuerdo que los apóstoles, después de la ascensión de Jesús, han conservado bien en la mente, pero que no puede, por la misma naturaleza humana de la memoria, ser perfecta. Aquello que transmiten pertenece por lo tanto a la sustancia de las palabras de Jesús o de sus hechos, no al accesorio o al adorno del contenido.
Poseyendo la sustencia del contenido viene la adaptación y el embellecimiento. Siguiendo la huella del Maestro, los discípulos no se contentan con "predicar". Ellos quieren que su predicación sea entendida por la gente a quienes se dirigen. Se sirven pues de todos aquellos términos, imágenes , arreglos, que, sin enfrentar el anuncio original de Jesús, respondan mejor a las exigencias de los diversos ambientes culturales o sociales de la época. En otra palabra: inculturación.
Se hace necesario advertir al lector de que no se puede "ignorar" ese contexto anterior a la redacción de los evangelios, como tampoco dejarse llevar por la "emotividad" cuando se trata de expresar un juicio sobre el valor histórico.
Los evangelios son, indudablemente, históricos. Esto lo confirma: la presencia de una tradición basada sobre testigos oculares; la sustancial sintonía con las cartas independientes de Pablo; la presentación  esquemática humana y realista de Jesús y de los apóstoles; la descripción real del mundo palestino, sea esto por su topografía, las costumbres, la política; sea por lo que se refiere directamente a la sociedad hebrea (su religión, costumbres, tradiciones, lugares, política, el idioma, etc); la existencia de documentos que, desde el siglo II atribuyen precisamente la escritura de los evangelios a Mateo, a Marcos, a Lucas y a Juan.
Los creyentes están delante de una historicidad particular. Y los autores sacros se sienten libre no solo de "recoger" y "colectar" dichos y hechos de Jesús, sino que también comentan textos ya existentes. de juntar un texto con otro para llegar al objetivo didáctico y de adaptar determinadas frases o episodios a las circunstancias concreta de las comunidades a ellos confiadas.
No se trata pues, de llegar ni de enfrentar los evangelios con la mentalidad de hoy. Tampoco de exigir un relato escrupuloso y documentado de los hechos. Los evangelios no son una biografía en el sentido técnico de la palabra. Ellos escriben no para informar, sino para formar.
 Eso si, hay que evitar dos extremos: pensar que Jesús había pronunciado todas las frases que le vienen atribuidas o que no había pronunciado ninguna. Como era costumbre de los rabinos, Jesús debió de repetir con frecuencia las mismas palabras y las mismas expresiones. Y además, es probable que estas palabras y estas expresiones evangelisticas las haya, en cualquier modo, adaptada a las exigencias propias de su auditorio.
En conclusión: los evangelios trascienden la fría sucesión de los acontecimientos y el cuadro estrecho de las coordenadas, para entrarse en el contenido teológico de los hechos, en el significado perenne de las acciones, en la dimensión de fe de la palabra. Como dice Juan:"a fin de que crean que Jesús es el Mesías" (20,31).

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