Los problemas siempre han existido. Donde hay vida hay problemas. Ellos llegan. Ellos nos crean pánicos. Y en todos los niveles: económico, político, religioso, salud, relaciones humanas, etc. El hecho es que están para darnos lecciones. Lecciones de paciencia, de buscar alternativas, de apoyarnos mutuamente, de encontrarse así mismo y de poner la confianza en Dios.
!Sálvame, oh Dios! decía una joven embarazada ante el revolver de su esposo embriagado de licor. El miedo se apodero de ella. Por primera vez se sintió sola e indefensa. La angustia no es solo por ella, es también por su hijo. Su vida y su matrimonio la ve como un fracaso. NO ve luz, no ve esperanza. Y así miles y miles de situaciones cada día y cada hora. Unas mas pequeñas y otras mas grandes. Pero ahí están ante nuestros ojos cada día. Es un grito diario.
Los problemas no crean paz ni armonía. Basta con observar los rostros y notar la angustia, la desgracia, el dolor. Es deprimente. El gemido traspasa las palabras, los gestos y las miradas. Nacen del corazón sumergido en murallas rodeadas de valles de lágrimas. El mundo se ve cruel. El ser humano se ve bestia. Sin embargo una luz brilla en la oscuridad. Es Dios que aun tiende su mirada a sus hijos. Mira sus hijos abatidos, sin fuerzas y sin ganas de nada. Y desde su mirar va creando el espacio y el momento para socórrelos. Se convierte en amigo, en confidente, en cercanía y presencia. SE convierte en energía y fuerza para derrotar lo que parece imposible derrotar. Dios ha escuchado nuestros gemidos y sale a sanarlos. Las ganas de vivir reaparece fuerte. Las murallas han desaparecidos, y si retornan, no podrán derrotarnos, pues ahora la esperanza de victoria es clara y firme. Por eso Dios no deja de decirnos: "Venid a mi todos los que estáis...".
Los problemas no crean paz ni armonía. Basta con observar los rostros y notar la angustia, la desgracia, el dolor. Es deprimente. El gemido traspasa las palabras, los gestos y las miradas. Nacen del corazón sumergido en murallas rodeadas de valles de lágrimas. El mundo se ve cruel. El ser humano se ve bestia. Sin embargo una luz brilla en la oscuridad. Es Dios que aun tiende su mirada a sus hijos. Mira sus hijos abatidos, sin fuerzas y sin ganas de nada. Y desde su mirar va creando el espacio y el momento para socórrelos. Se convierte en amigo, en confidente, en cercanía y presencia. SE convierte en energía y fuerza para derrotar lo que parece imposible derrotar. Dios ha escuchado nuestros gemidos y sale a sanarlos. Las ganas de vivir reaparece fuerte. Las murallas han desaparecidos, y si retornan, no podrán derrotarnos, pues ahora la esperanza de victoria es clara y firme. Por eso Dios no deja de decirnos: "Venid a mi todos los que estáis...".
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