Vivir en una
ciudad como New York te da la ventaja de conocer una gran variedad de personas,
culturas, tradiciones y prácticas religiosas.
Y en esta última nos tropezamos en sus calles con católicos, musulmanes, hebreos, hindúes,
protestantes, y un largo etc. Es maravilloso. Cada uno trata de vivir conforme a su creencia.
Externamente se ve, en un sentido amplio, una convivencia pacífica. Hay
respeto, hay tolerancia. Los pequeños roces son escasos, aunque en el fondo, en
lo más íntimo, hay una guerra de ideologías.
Cada uno se cree poseer la “única verdad”, la “mejor creencia”, la
“mejor practica”. Y claro, se cree mostrar el mejor “Dios”, el mejor “camino”,
o el “único camino”. Y me pregunto: ¿Dónde está la verdad?, ¿Dónde está la salvación?
La respuesta
será amplia, tan amplia como la existencia de cada persona. Todos damos una
respuesta desde la experiencia que vive. Cada uno desde su fuente de “abastecimiento” lo expresará
con firmeza y convicción. De ahí que de donde uno nace y crece se nutre. Solo
el conocimiento y la experiencia se van modificando. Surge un cambio. Y es lo
que muchas religiones buscan: cambiar al que está a su lado. Que sea uno de “los míos”. Y ahí
surge el conflicto y la lucha.
¿Quién gana?
Gana no el que se impone a la fuerza, sino aquel que convence con su ejemplo. Un ejemplo de amor, servicio y honestidad.
Cuando se hace esto nos está indicando que esa verdad se hace luz que no
necesita demostración. De igual la salvación. Esta va más allá de fórmulas y
teorías. Es hacerse testigo de Dios en los detalles más simples de la vida
cotidiana. No se trata de ser un devorador de la Biblia, de rezos y
penitencias. No es asunto de ser un fanático.
Tampoco no es el hecho de no vivir en pecado: no robar, no ser adultero,
no matar…Físicamente no hacen nada equivocado, pero ¿Qué pasa en su interior? El corazón está lleno de
envidia, rencor, odio, hipocresía… Entonces, ¿de qué sirve estar limpio de
cuerpo y sucio de espíritu? No sirve de nada. Se está vacío. Se está dividido. Honrar a Dios no se limita a ser “bueno”
exteriormente sino serlo con actos que nacen del corazón, del amor. Y esto nos
dice que la salvación no es solo de un
llamado para un grupo selecto. Es para todos. Para todos que están abierto a
amar y perdonar no importa el nombre de su Dios y religión. Y el mensaje de Jesús está en esa perspectiva
universal de amor. No vino para juzgar
al mundo sino para que el mundo se salve por él. Creer en él es reconocer a
Dios como Padre, como luz y verdad.
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