¡Señor Dios, amado mío!
Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo
que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más
quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos.
Y si es que esperas a mis obras para por ese medio
concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieres
aceptar, y hágase.
Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas,
clementísimo Señor mío? ¿por qué te tardas?
Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que
en tu Hijo te pido, toma mi pequeña ofrenda, pues la quieres, y dame este bien,
pues que tú también le quieres.
¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si
no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Cómo se levantará a ti el
hombre engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano
que le hiciste?
No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu
único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero; por eso me holgaré
que no te tardarás si yo espero.
¿Con qué dilaciones esperas, pues desde ahora puedes amar
a Dios en tu corazón?
Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las
gentes, los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son mío, y la
Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí,
porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo
es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas
que se caen de la mesa de tu Padre.
Sal fuera y gloríate en tu gloria; escóndete en ella y
goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón.
SAN JUAN DE LA CRUZ
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