Todo bautizado es un profeta. Al menos, en la practica, debería ser así. El profeta no es aquel reducido a alguien que denuncia, que lanza un grito para llamar la atención. Tampoco como aquel que simplemente se lamenta de las calamidades, las injusticias, las opresiones. El profeta es mas que eso. Es una persona de buenas noticias. Ofrece cambio. Un cambio de superación y liberación. Es una persona que capta la voz de Dios y la voz del ser humano. Busca la armonía entre ambos. Es la voz de Dios que llega hasta la puerta del hombre. Voz que ha de ser escuchada en el silencio interior. Voz que penetra y transforma todo nuestro ser.
San Juan de la Cruz es un profeta. No solo por ser un bautizado, sino porque también capto el desenfoque del ser humano. No podía quedarse de brazos cruzados ante la angustia, la desorientación y el desequilibrio espiritual y psicológico que padece el que busca a Dios. Las noches del hombre están llamadas a ser luces. El hombre tiene que salir de su existencia horizontal e intramundana que le tiraniza, que le impide ser auténticamente hombre. Es un grito a lo interior, espiritual. Un grito a no verte como una simple criatura, sino como un hijo de Dios. Es un grito exterior, social, en donde la sociedad esta dormida en sus afanes, en el poder opresor, en el gozo efímero y cruel. Es un grito a vivir, a superar lo que nos debilita y conduce a la muerte. Es un grito a recuperar la integridad y la identidad, al estilo de Jesús, con valor y entusiasmo. No es huyendo al problema, al dolor ni a la muerte, sino mas bien asumiéndolos y enfrentándolos desde la fe.
Para San Juan de la Cruz ningún desorden, incluido el pecado, puede anular ni suprimir la tendencia innata del hombre a buscar la comunión con Dios. El alma del hombre esta intacta a pesar del pecado original y del desorden de la naturaleza humana. Dice, "esta tan perfecta como Dios la creo"(1 S 9,3). Por el desorden la unidad del hombre quedo afectada y desequilibrada pero no su ser mas profundo ni su tendencia a Dios. La "imagen de Dios" ha quedado impregnada en el hombre, que jamás sera borrada por nuestras terquedades. Jesús, en su amor redentor, restablece a pleno nuestro ser. Dios envía a su Hijo como esposo para "rescate de la esposa" y transfórmala conforme a su imagen, tomando sobre si "sus fatigas y trabajos, en que tanto padecía; y porque ella vida tenga, yo por ella moriría"(R 7). Acto que se realizo "debajo del manzano", es decir la cruz. Ahí fue la boda de Jesús con la humanidad.
El grito profético de San Juan de la Cruz suena fuerte, de noches, sequedades, desprendimiento...pero su grito final es esperanzador, lleno de gozo, de vida. No hay resurrección sin cruz.
San Juan de la Cruz es un profeta. No solo por ser un bautizado, sino porque también capto el desenfoque del ser humano. No podía quedarse de brazos cruzados ante la angustia, la desorientación y el desequilibrio espiritual y psicológico que padece el que busca a Dios. Las noches del hombre están llamadas a ser luces. El hombre tiene que salir de su existencia horizontal e intramundana que le tiraniza, que le impide ser auténticamente hombre. Es un grito a lo interior, espiritual. Un grito a no verte como una simple criatura, sino como un hijo de Dios. Es un grito exterior, social, en donde la sociedad esta dormida en sus afanes, en el poder opresor, en el gozo efímero y cruel. Es un grito a vivir, a superar lo que nos debilita y conduce a la muerte. Es un grito a recuperar la integridad y la identidad, al estilo de Jesús, con valor y entusiasmo. No es huyendo al problema, al dolor ni a la muerte, sino mas bien asumiéndolos y enfrentándolos desde la fe.
Para San Juan de la Cruz ningún desorden, incluido el pecado, puede anular ni suprimir la tendencia innata del hombre a buscar la comunión con Dios. El alma del hombre esta intacta a pesar del pecado original y del desorden de la naturaleza humana. Dice, "esta tan perfecta como Dios la creo"(1 S 9,3). Por el desorden la unidad del hombre quedo afectada y desequilibrada pero no su ser mas profundo ni su tendencia a Dios. La "imagen de Dios" ha quedado impregnada en el hombre, que jamás sera borrada por nuestras terquedades. Jesús, en su amor redentor, restablece a pleno nuestro ser. Dios envía a su Hijo como esposo para "rescate de la esposa" y transfórmala conforme a su imagen, tomando sobre si "sus fatigas y trabajos, en que tanto padecía; y porque ella vida tenga, yo por ella moriría"(R 7). Acto que se realizo "debajo del manzano", es decir la cruz. Ahí fue la boda de Jesús con la humanidad.
El grito profético de San Juan de la Cruz suena fuerte, de noches, sequedades, desprendimiento...pero su grito final es esperanzador, lleno de gozo, de vida. No hay resurrección sin cruz.
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