La vivencia de Dios en cada persona es diferente. Cada persona experimenta a Dios de diferente modo y forma. No hay un Dios igual para cada persona. Santa Teresa del Niño Jesus lo expresa con sencillez al decir que Dios se adapta y se acomoda a cada persona conforme a su capacidad. Ella habla de vasos o recipientes. Dios se da en la medida de apertura, necesidad y capacidad de la persona.
Tarea nuestra: descubrir mi apertura, mi necesidad de Dios y mi capacidad de recibirlo. Muchas veces nos abrimos a Dios pero con: -egoísmos; -con timidez; - con miedo; - con arrogancia; - con pre-juicios, etc. Otras veces buscamos a Dios con la idea de que sea nuestro guerrero, defensor, guardián; o como nuestro consolador, apoyador y refugiador. Hay otros que lo buscan como su médico, curandero, su talismán de suerte.
Ese proceder es mezquino, deja mucho que decir. Es utilitarista. NO se le busca al estilo de Jesus: por AMOR. Un amor que se hace genuino, transparente y dócil. Es buscarlo por lo que El representa en nuestra vida: PADRE, ABBA. Por lo tanto, el Dios Padre se dona a nuestro ser desde su amor inmesurable. Sólo nos ve como sus hijos. Y como hijos, nuestro ser se apoya en El. Vivimos en El y para El. No hay necesidad de utilizarlo, pues El es Padre, sabe lo que necesitamos y sabe como hacerlo. Solo nos corresponde tener fe en El. Poner nuestra confianza en su palabra: "siempre estaré con ustedes"
Su amor no es de sabios y entendidos, sino de todo aquel que le reconozca como Padre. El no excluye a los sabios y entendidos. Es un error pensar así. Se excluyen todos aquellos que por su arrogancia y egoísmo se creen que no tienen un padre de amor, que no necesitan de un Padre de amor. Dios no ha ocultado su paternidad ni su amor ni su misericordia a los sabios y entendidos porque le ha complacido hacerlo así. Dios no se oculta a nadie, es transparencia y apertura para todos iguales. Es nuestra mente y nuestro corazón los que se ofuscan en no reconocer su paternidad, su comunicación amorosa de un Padre con sus hijos.
Tarea nuestra: descubrir mi apertura, mi necesidad de Dios y mi capacidad de recibirlo. Muchas veces nos abrimos a Dios pero con: -egoísmos; -con timidez; - con miedo; - con arrogancia; - con pre-juicios, etc. Otras veces buscamos a Dios con la idea de que sea nuestro guerrero, defensor, guardián; o como nuestro consolador, apoyador y refugiador. Hay otros que lo buscan como su médico, curandero, su talismán de suerte.
Ese proceder es mezquino, deja mucho que decir. Es utilitarista. NO se le busca al estilo de Jesus: por AMOR. Un amor que se hace genuino, transparente y dócil. Es buscarlo por lo que El representa en nuestra vida: PADRE, ABBA. Por lo tanto, el Dios Padre se dona a nuestro ser desde su amor inmesurable. Sólo nos ve como sus hijos. Y como hijos, nuestro ser se apoya en El. Vivimos en El y para El. No hay necesidad de utilizarlo, pues El es Padre, sabe lo que necesitamos y sabe como hacerlo. Solo nos corresponde tener fe en El. Poner nuestra confianza en su palabra: "siempre estaré con ustedes"
Su amor no es de sabios y entendidos, sino de todo aquel que le reconozca como Padre. El no excluye a los sabios y entendidos. Es un error pensar así. Se excluyen todos aquellos que por su arrogancia y egoísmo se creen que no tienen un padre de amor, que no necesitan de un Padre de amor. Dios no ha ocultado su paternidad ni su amor ni su misericordia a los sabios y entendidos porque le ha complacido hacerlo así. Dios no se oculta a nadie, es transparencia y apertura para todos iguales. Es nuestra mente y nuestro corazón los que se ofuscan en no reconocer su paternidad, su comunicación amorosa de un Padre con sus hijos.
El Dios violencia, el Dios guerrero, el Dios refugio....no es el Dios de Jesus. Tampoco debe ser el nuestro. El Dios de Jesus es el Dios Padre, el Dios del amor, de la misericordia. Es un Dios gratuidad, que desea que seamos felices, sin miedo. Es un Dios cercano, que nos cuida y protege, está siempre en nuestras penas y alegrías, en nuestros triunfos y fracasos. Tampoco es un Dios de templos, altares, inciensos y decálogos. Todo ello no abarca a Dios. Dios es siempre suma, es un más y más. Es trascendencia a nuestro saber y entender. Es presencia en los asilos, hospitales, el borracho, desempleado, en el niño huérfano..en el pobre y en el rico necesitado de acogida, de amor y perdòn. Desde la apertura a Dios como Padre de amor es que se hace aceptable y comprensible el templo, el altar, el incienso y el decálogo. No será ya una carga impositiva ni un culto vacío y sin sabor, sino un experimentar a Dios que vive en mi y en comunidad. En la medida en que nos abramos a su amor así se llenará nuestro vaso. Y desde esa experiencia de amor nuestro yugo será ligero y llevadero.
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