En la primitiva comunidad cristiana la ORACIÓN en COMÚN era un distintivo especifico. Se nos dice que "Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones...A diario frecuentaban el templo en grupo; partían el pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón, siendo bien vistos de todo el pueblo" (Hech 2,42-47).
Seguramente los primeros cristianos aleccionados por los apóstoles tuvieron en cuenta la insistencia de Jesús de vivir unidos. Una sola familia en Jesús. Un solo corazón, un solo sentir, una sola celebración. Penas y alegrías para toda una gran familia.
También recordarían la forma de orar que enseno el Maestro a sus discípulos. El Padre nuestro es una plegaria claramente comunitaria. No podían referirse a Dios en singular, sino en grupo, en plural.
Aparece evidente que ellos tuvieron la costumbre de ORAR y de JUNTARSE a hablar de Dios y a hablar con Dios. Y que el momento culmen y pleno de la oración era el partir el pan. Y que en torno al pan estaba la celebración con alabanzas. Como dice San Pablo: con salmos, himnos y cánticos "cantado y salmodiando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todas las cosas a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef. 5,18-20).
Es grandioso pues, notar esa comunión, esa participación en las experiencias de la fe. Y era una celebración en la Iglesia, en el seno de la comunidad, y que se extendía hasta los hogares. En otra palabra, una celebración de vida y para la vida, una celebración extendida más allá del templo, abierta al mundo. Era proclamar a Jesús en cada rincón, más allá de nuestro interior, más allá de la institución eclesial. Era abrirse a toda la creación, a todo ser humano. Por tal razon somos Iglesia católica, universal.
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